lunes, 23 de agosto de 2010

LA DEVALUACIÓN EDUCATIVA

Blgo. José Valdivia Fernández


¿Por qué se ha perdido el interés por aprender o la elemental curiosidad para buscar enterarse de aquello que no se sabe? Probablemente el desesperanzador resultado que hoy constatamos en universidades de todo el país en una desembocadura en la que confluyen varias vertientes. Es el desenlace de un proceso de múltiples elementos que no hemos sabido advertir a tiempo.

De una parte interviene en esto la materialización de la vida occidental. Para ganar mucho dinero no es necesario saber y como lo que importa es cuánto se percibe, el saber deviene accesorio, cuando no superfluo. Para demostrarlo están “las estrellas” del fútbol mundial que apenas pueden responder con coherencia a una entrevista sencilla, pero ganan sumas que superan la imaginación. Son modelos, ejemplos en el mundo de hoy. Ser estrella del deporte o del espectáculo es más importante que alcanzar un Premio Nóbel.

Otro elemento, hay que reconocerlo, proviene de la incapacidad de la enseñanza de seguir el paso rápido de la revolución en las comunicaciones. Enseñar y aprender son tareas que, cuando se hacen seriamente, tienen algo de olor antiguo.

Uno puede resultar confundido por cierta “modernización” de la enseñanza que en realidad la está falsificando. En ella, por ejemplo, los alumnos universitarios deciden qué cursos electivos llevan de acuerdo a la comodidad de los horarios y no al interés de los contenidos, y prefieren al profesor que exige menos por que el concienzudo es una barrera. Pasar por el sistema educativo equivale a correr una carrera de obstáculos. Cuanto más fácil y rápido sea llegar a la meta, mejor. Se trata de hacer la educación “más accesible” y, en la realidad, esto significa exigir menos. Ocurre no sólo en el mundo subdesarrollado. Las modalidades “no presenciales” que se hallan ahora en proceso de generalización se iniciaron en Europa. Muchas de ellas ofrecen maestrías y doctorados que cuando uno se entera de cómo se otorgan, siente vergüenza ajena.

A diferencia de los países desarrollados, donde los doctores son muy escasos (han seguido rigurosos estudios, efectuado auténticas investigaciones y aportado nuevos conocimientos) en nuestro país los doctores “todólogos”, especialistas en nada (ingenieros de profesión, magísteres en artes marciales y doctores en repostería) son los que más abundan.

El verdadero doctor es la locomotora de la ciencia y debe ser capaz de generar novedades en la disciplina en la que fue formado en la universidad. La gran mayoría de nuestros doctores parecen creer que los nuevos conocimientos se generan en los libros, tal como muchos niños creen que la leche se produce en las latas.

Viendo el doctorado desde un punto de vista práctico, debe decirse que los países que no tienen doctores de verdad son países condenados a quedarse estáticos y a ser copiadores de lo que hacen otros, y furgón de cola de la locomotora dirigida por los doctores de los países desarrollados.

En el Perú, si todo aquel que se dice doctor conociera y aportara lo que hace un verdadero doctor, probablemente nuestro país tendría un futuro mucho más promisorio.

La enseñanza pues se ha convertido en todos los niveles en un negocio que no vende calidad sino facilidad. Hay entidades privadas que concurren a la degradación sin complejos, desde su declarado propósito de lucro. Y las hay también públicas que han encontrado en esta oferta envilecida la forma de financiar la “investigación” o mantener operativas las profesiones menos comercializables.

Entre una demanda que carece de interés por aprender y una oferta que compite mediante la rebaja de exigencia, la devaluación educativa se halla en una marcha acelerada. El resultado es que licenciados, ingenieros, médicos, magísteres, doctores, etc. se multiplican, pero la mayoría de ellos saben cada vez menos. Son producto de un sistema que otorga grados y títulos con creciente facilidad. Pero, en el fondo, son resultados de sociedades como las nuestras, en las que saber importa progresivamente menos.

Todos los diplomas colgados en las paredes de la casa o de la oficina del profesional dicen poco y, casi siempre, nada de su formación académica.

La pésima calidad de la educación no sólo se evidencia en los resultados de las pruebas que se toman a los concursantes para ocupar plazas docentes y otras evaluaciones, también las inaceptables calificaciones de los alumnos, la combi que “cierra a sus rivales” para ganar pasajeros, el sujeto que vende dólares falsos, el diario que apela al morbo para aumentar su tiraje, los jueces corruptos, los médicos insensibles, los docentes inmorales que apelan a la coima para aprobar a los alumnos, o que conviven con sus alumnas, son expresiones de un sistema educativo nocivo y agraviante en el que se ha dejado de transmitir los más elementales valores ciudadanos.

Evidentemente, los profesores no son los únicos responsables de esos resultados. El responsable mayor es el Estado, pero el conjunto de la sociedad tampoco puede lavarse las manos. El abandono de la educación nacional en su conjunto es seguramente producto de la multiplicidad de factores, pero a no dudarlo la profunda corrupción instalada como parte del paisaje natural y la ideología extremadamente arraigada en nuestras clases dominantes en virtud de la cual la única inversión interesante es la que produce beneficios económicos a corto plazo y, sobre todo, a los propios inversionistas, es el lastre mayor. Para el mercado, la educación es una pesada carga que debe ser asumida por el Estado, que viene a ser algo así como su porteador, mientras la calidad educativa languidece hasta niveles subsaharianos.

Finalmente, ¿cómo lograr que los recursos económicos que tanto exigimos se traduzcan en la superación personal de los profesores, en motivaciones, responsabilidades, comportamientos? Parte de esta preocupación por la calidad de la educación es necesariamente la de introducir una auténtica evaluación, cuyos resultados se hagan públicos, suprimiendo prácticas corruptas y el clientelismo.

¿Jugar con la educación de nuestros jóvenes no es acaso otra manera de traicionar a la patria?

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